El Interprete y El Artista
Hay quien nace con la aureola de aquello que los demás admiran, personas con un modo de vida diferente porque viven afanados en lograr el verso definitivo o la melodía causante de enriquecer nuestros oídos con su magia azul y penetrante, aquellos que se involucran en su lienzo de tal forma que llegan a ser todos los colores y uno sólo.
Por otro lado, los que actúan, los que persiguen e idolatran al intérprete de moda, imitando su comportamiento, buscando en ellos la personalidad que no tienen, la patética invocación al espíritu del otro.
El intérprete es la marioneta, el guiñol que rebusca en sus facultades para el arte y pretende ser protagonista en las tablas, obviando en la mayoría de las veces, que existen unas cuerdas para dominar sus movimientos.
El artista crea, destruye, confunde, aturde, huye, pero jamás se traiciona a si mismo, admira a su prójimo, pero indaga para sí, antes de babear ante nada ni ante nadie, valora la sencillez del momento, se aleja de la estupidez, de la necedad prepotente de las fiestas organizadas.
Es necesario el intérprete, no me cabe la menor duda. El arte también es un negocio, una operación con varios dividendos que lleva al efímero triunfo desvanecido por insustancial, pobre y probablemente por ser vendido a precio de saldo.
El artista siempre ha existido, no necesita academias, ni promociones, ni derechos de imagen, ni premios, ni palmaditas en la espalda. La imperiosa necesidad que lo atrapa, el balón de oxigeno de su esperanza es la creación, nada menos que esto.
El intérprete levanta pasiones, la artista incomprensión y envidia, el intérprete disfruta de las mieles del éxito, el artista disfruta de todo, lo añora todo, lo sufre todo. El intérprete será reconocido eternamente, el artista no muere nunca.
Apuesto por los dos, ambos son necesarios, reconocer a cada uno no es difícil, aunque en estos tiempos es mucho más fácil ser de lo primero antes que lo segundo.
Espero que interpreten bien lo que escribo, sólo pretendo compartir una mijita de arte.
David Díaz
Por otro lado, los que actúan, los que persiguen e idolatran al intérprete de moda, imitando su comportamiento, buscando en ellos la personalidad que no tienen, la patética invocación al espíritu del otro.
El intérprete es la marioneta, el guiñol que rebusca en sus facultades para el arte y pretende ser protagonista en las tablas, obviando en la mayoría de las veces, que existen unas cuerdas para dominar sus movimientos.
El artista crea, destruye, confunde, aturde, huye, pero jamás se traiciona a si mismo, admira a su prójimo, pero indaga para sí, antes de babear ante nada ni ante nadie, valora la sencillez del momento, se aleja de la estupidez, de la necedad prepotente de las fiestas organizadas.
Es necesario el intérprete, no me cabe la menor duda. El arte también es un negocio, una operación con varios dividendos que lleva al efímero triunfo desvanecido por insustancial, pobre y probablemente por ser vendido a precio de saldo.
El artista siempre ha existido, no necesita academias, ni promociones, ni derechos de imagen, ni premios, ni palmaditas en la espalda. La imperiosa necesidad que lo atrapa, el balón de oxigeno de su esperanza es la creación, nada menos que esto.
El intérprete levanta pasiones, la artista incomprensión y envidia, el intérprete disfruta de las mieles del éxito, el artista disfruta de todo, lo añora todo, lo sufre todo. El intérprete será reconocido eternamente, el artista no muere nunca.
Apuesto por los dos, ambos son necesarios, reconocer a cada uno no es difícil, aunque en estos tiempos es mucho más fácil ser de lo primero antes que lo segundo.
Espero que interpreten bien lo que escribo, sólo pretendo compartir una mijita de arte.
David Díaz
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17:08
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